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El apego en la pareja

Ignacio estaba viendo un importante partido de fútbol de su equipo, cuando de pronto suena el teléfono, interrumpiendo un tiro al arco.

«Hola, mi amor, ¡qué bueno que me contestaste!», era Carolina, su esposa.

Ignacio pudo oír un matiz en su voz: «está ansiosa», pensó.

«Estoy súper perdida y no puedo encontrar carteles, ni señales indicadoras en ninguna parte.»

«¿Dónde estás?», le preguntó.

«En Buin», le respondió ella. Estaba al sur de Santiago y eran casi las nueve de la noche.

«¿Qué estás haciendo tan lejos de la ciudad?»

«Eso no importa», dijo. «¡Necesito tu ayuda!»

Ignacio suspiró y puso los ojos en blanco. Era tan típico: ella hace algo disparatado y luego lo llama para que la rescate. Buena cosa que ella no pudiera ver sus ojos en blanco; aunque probablemente oyó su suspiro.

«Estoy en un cruce y solo está señalizada una de las calles», dijo Carolina. «Si te digo el nombre, ¿puedes buscarla y decirme qué camino debo tomar para volver a la autopista y  a la casa?»

«Te compré un GPS, ¡y me salió bien caro!», dijo Ignacio. «¿Por qué no lo usas?»

La angustia de Carolina se transformó en desesperación.

«¿Podemos NO tener esta conversación ahora?», dijo ella. «Estoy cansada y un poco asustada. Solo necesito volver a la autopista.»

«¿Qué conversación estamos teniendo?», dijo Ignacio. «Eres TÚ la que me has llamado, no al revés.»

«Ya lo sé, pero no quiero hablar de por qué no tengo el GPS», dijo Carolina. «Solo quiero saber qué camino debo tomar.» Pronunció cada palabra como un golpe.

«Así que piensas que puedes llamarme sin más, sacarme de lo que esté haciendo, pedirme algo como caído del cielo ¿y más encima no puedo hacerte ninguna pregunta?», dijo él, levantando la voz. No iba a dejar que ella le pasara por encima otra vez.

La voz de Carolina se rompió, sonaba a punto de llorar.

«¿Por qué estás haciendo esto?», dijo ella. «No estás entendiendo lo que necesito. ¿Podemos,  POR FAVOR, dejar de discutir? Realmente necesito tu ayuda.»

«Está bien», dijo él. «¿Cuál es la calle?»

Ignacio  odiaba cuando ella se volvía emocional, y parecía que en aquellos días ella se volvía emocional por pequeñas cosas. Él pensaba que se merecía un poco de reconocimiento por ayudarla, pero siempre parecía tratarse de lo que él hacía mal, no de lo que hacía bien.

Al escuchar un diálogo de este tipo es esperable que tomemos partido por uno de los dos, juzgando o asumiendo un rol de árbitro. Esto no nos lleva a comprender la situación, sino que sólo a ver quién tiene la razón. Una manera de mirar esta situación, es a través de la Teoría del Apego (John Bowlby), que explica por qué necesitamos y queremos depender de nuestros compañeros. Cuando nos sentimos asustados o estresados, nos sentimos mucho más confiados de nuestra capacidad para enfrentarlo si podemos alcanzar a un ser querido afectuoso que comparta la experiencia con nosotros, y que nos tranquilice y nos ofrezca su apoyo.

Volvamos al diálogo anterior y mirémoslo a través de la teoría del apego. Según la Dra. Sue Johnson (2008), una investigadora y clínica pionera en el campo de la terapia de pareja, hay tres pasos o habilidades emocionales que son centrales para lograr tener un apego seguro:

1. La accesibilidad. En este contexto, accesibilidad significa «¿Estás ahí para mí cuando intento llegar a ti?»

Según la conversación que vimos de Carolina e Ignacio, en su relación no todas son malas noticias: se puede ver por ejemplo que ella confía en él, y que él intenta ayudarla al ver que ella lo necesita. Si no fuera así, él no sería el primer número al que ella llama aquella noche: ella sabe que puede contar con la accesibilidad y disponibilidad de él. Él responde a sus llamadas sin importar cuándo llame y siempre parece tener tiempo para ella cuando necesita su ayuda.

2. Reactividad efectiva o “responsividad”

Aunque Ignacio estuvo accesible y disponible para ayudar a Carolina, no fue muy responsivo emocionalmente en la situación que vimos. Responsividad significa: «¿Puedo confiar en que el otro sabrá reaccionar con afecto? »  Es decir, confiar en que cada miembro de la pareja escucha, empatiza y comprende lo que pide el otro y le da justo lo que pide, nada más ni nada menos.

En la relación de pareja, la responsividad es acerca de escuchar con nuestros corazones y nuestras mentes, es sintonizar con nuestra pareja para que podamos medir y ajustar la dosis de nuestra respuesta a la intensidad de la necesidad. De hecho, nada más escucharla, Ignacio leyó acertadamente las pistas en la voz de Carolina. Supo que estaba ansiosa. Lo que no hizo fue permanecer sintonizado con ella y ver lo que necesitaba. Pero lo que hizo fue preguntar sobre dónde estaba y por qué no tenía su GPS. Se enojó cuando ella no respondió a su pregunta, en vez de reconocer que estaba asustada y contenerla.

En realidad no es culpa de Ignacio ni de Carolina. Los dos se afectan mutuamente de manera que cuando Ignacio suena impaciente, Carolina se pone más ansiosa y se asusta más, pero ella no le permite saber a él que está asustada, su respuesta suena más como crítica que como miedo. Este baile negativo podría ser algo habitual en su relación, y en ese caso necesitarían trabajar en ello para cambiarlo.

3. Compromiso, ¿Sé que me valoras y que estarás a mi lado?

Esta última habilidad se trata de estar “emocionalmente presente”, es decir, del interés y participación genuinos que tenemos en la experiencia que está teniendo nuestra pareja. Cuando estamos en problemas, el estar junto a nuestra pareja nos da mucho más valor y seguridad que al enfrentar el mismo problema solo. Pero la pareja que necesitamos en ese momento no es alguien desinteresado e informativo. Si eso fuera por ejemplo lo que Carolina necesitaba, habría ido a preguntar a una bomba de bencina.

Al llamar a Ignacio, Carolina no solamente necesitaba las indicaciones de qué camino tomar, sino que lo que buscaba era un aliado empático que la calmara y le ayudase a no sentirse tan tonta por haberse perdido. Carolina ya se había retado a sí misma por no llevar el GPS con ella y por acceder a una reunión tan tarde y tan lejos de la ciudad. No necesitaba que Ignacio se lo enrostrara.

Lo que necesitaba de Ignacio era un sentido de experiencia compartida, y quizá unas palabras tranquilizadoras, ayudarla sin juzgarla, y así comunicarle implícitamente que su problema no era una tontera. No hacía falta que Ignacio dijera ninguna de estas cosas explícitamente. Si hubiera respondido con calma y palabras tranquilizadoras, y le hubiese dado las indicaciones con voz amable, Carolina habría leído en ello toda la seguridad y consuelo que necesitaba. Si Ignacio hubiera podido compartir compasivamente la experiencia de ella diciendo: «Tienes razón, esa parte de la ciudad no está nada bien señalizada», el cerebro de Carolina se podría haber iluminado de felicidad.

La validación, empatía y comprensión son los regalos más profundo que él puede ofrecerle, pues eso le habría indicado a Carolina que no estaba loca y le habría permitido activar su propia sabiduría de modo que podría haber utilizado sus propios recursos para guiarse de vuelta a casa.

Como dice el terapeuta de parejas John Gottman: «En el peor conflicto se encuentra el potencial para la intimidad más grande», eso sí, sólo si somos conscientes y tenemos la voluntad de aprovecharlo.

 

“El matrimonio es una barca que lleva a dos personas en un mar tormentoso; si uno de los dos hace algún movimiento brusco, la barca se hunde”
Tolstoi